Vamos a empezar con todos los buenos clichés: hay libros que son una delicia de leer, que le subrayas hasta el colofón, que llegan justo en el momento adecuado❤️🙌🏼. Que sea cliché la declaración no le quita lo cierto, y lo cierto no le quita lo subjetivo de mi selección ☝🏼
Estos once libros, desde el momento en que los abrí, se me insertaron como astilla —por no decir arma blanca— en el corazón. Lo mejor es que me encanta ser alfiletero.
EDITORIALES INDEPENDIENTES AQUÍ, PÁSELE A VER SIN COMPROMISO.
Los libros son la cara y el núcleo de la editorial que los alumbra. He seguido a estos proyectos editoriales desde hace rato y no había podido hacer nada más que sentarme en las gradas y ovacionar como perfecta espectadora. Pero ahora puedo sacar el megáfono 📣 e invitarlos a conocer estas once joyas, once lecturas, en el Día del Libro 📕📗📘📙
Tarantela por Abril Castillo Cabrera
En Tarantela (Antílope, 2019) tenemos la historia de la pérdida: la crónica de perder a Jano, el tío de la protagonista.
Castillo nos presenta, no cronológicamente, los efectos de esta tragedia: la abuela que se arrugó por tanto llorar, el abuelo que llevaba un fichero donde registró la enfermedad de su hijo, las tendencias hipocondríacas de la protagonista. El hermano de esta, Lucas, nació enfermo y, al crecer, tiene ciertos problemas mentales.
El instinto de protección de ella, como hermana mayor, dolería igual si fuera menos evidente.
Pero adquiere carices diferentes cuando me hace pensar en mi propio hermano.
“Una familia es como un río.
El agua se contamina y va llegando a distintos cauces.
Si no lo limpias, cada generación se baña otra vez en el mismo río.”
Para entender a un hermano hay que entender al otro, para entenderse una misma hay que entender que la pérdida es amor congelado pero, al mismo tiempo, amor en potencia. Esta navegación entre constelaciones por la cual nos lleva Abril Castillo Cabrera está plagada de one-liners, de reflexiones sobre la vida familiar y de cómo todos estamos unidos por hilos invisibles; de descripciones muy vívidas del mundo, tanto en olores (cebolla sofrita), colores (azul de Prusia), y sonidos (el clic clac de la pluma del abuelo subiendo y bajando, durante el funeral).
“Tanto mi mamá como mi papá tienen cuatro hermanos, le explico a Lucas mientras vamos por la carretera.
Pero en la mía éramos cinco hermanos, me corrige mi mamá.
Pero en la mía siempre fuimos cuatro, dice mi papá.
Nosotros en el fondo siempre seremos cinco, rectifica mi mamá.”
Más importante, fue para mí la experiencia de poder ver desde otra perspectiva la muerte de mi hermano. No menos desoladora, no más luminosa, ni siquiera lejana. Leer esta novela fue usar la voz de otra como un diccionario para entender la mía.
Mandíbula por Mónica Ojeda
Llegué tarde a las creepypastas pero llegué temprano a la plataforma de SCP.
Y habría leído Mandíbula (Candaya, 2018) aunque no me interesaran estas temáticas; le hubiera pedido a Mónica Ojeda que me lo firmara aunque hubiese llovido, tronado o relampagueado.
Fue el primer libro que leí de ella, y se volvió mi puente a esta corriente neogótica —a este llamado segundo boom latinoamericano— protagonizado en su mayoría por mujeres.
A pesar del devenir en fuga musical de la prosa (guiones sobre guiones y paréntesis sobre paréntesis, posibilidades sobre subjetividades y la contemplación sobrenatural de lo descomunal), las ideas resonaban como el repicar de un martillo en mi cabeza.
El aspecto creepy, de miedo blanco, donde la juventud es el umbral a la brutalidad más honda (¿o a flor de piel?) de nuestra naturaleza, consiguió hacerme sentir miedo de una idea. Miedo de un concepto que nunca llegué a vislumbrar. Miedo de mandíbulas serradas de cocodrilos bajo el agua, de mandíbulas que no han abierto pero sé que lo harán.
“Porque el miedo es una emoción, le dijo evitando sus ojos. Y es la prueba de que lo primitivo nos habita.”
Ambientada en un colegio católico para chicas ricas en Guayaquil, la novela se enriquece con la psique perturbada de Annalise y su profesora de Lengua y Literatura; cómo su tira y empuja tiene un desenlace fatal.
Me encanta cómo juega Mónica con el lenguaje, cómo va emborronando las fronteras de este y a veces decide que te va a lanzar un ensayo o un poema y hace que todo tenga sentido.
Nadie Encontrará mis Huesos por Enrique Urbina
Toma a Caperucita, a las sirenas, a Hansel y Gretel, al Rey del Bosque, a los duendes y a los sátiros y luego insértalos -tras arrancarlos con pinzas de las historias de Grimm o Andersen- en un nuevo contexto.
En caso de Nadie Encontrará mis Huesos (Paraíso Perdido, 2020), estos personajes habitan escenarios post-apocalípticos, infectados de miseria y devastación, y casi siempre urbanos.
¿Favoritos absolutos entre estos 16 cuentos? Claro, se los vengo manejando: ‘Pedro y Ariadna’, ‘Sonidos que se Olvidan al Escucharse’, y el broche de oro del libro, ‘Raíces’.
“Dejó de cantar y, en silencio, hizo lo que tenía que hacer para darles vida. Esta vez usó más sangre. Casi se desmaya por la cantidad que exprimió de sus venas, pero era necesario. Ahora, la cicatriz en sus cuellos tomó la forma de una estrella. Finalmente, los niños abrieron los ojos. Afuera se escuchó un trueno. Comenzó a llover.”
La creación de atmósferas se sirve de este lenguaje certero y breve; la mascarada de posibles apocalipsis también.
Aquí hay un desfile de criaturas bizarras pero extrañamente familiares; el aire a premonición, la inevitabilidad del destino, la violencia y la miseria y lo grotesco y la toxicidad, pero todo perfilado con una voz muy aguda e inmune a la corrosión. Urbina tiene una verdadera propuesta aquí.
Un Montón de Escritura para Nada por Sara Uribe
Acá me voy a fusilar —que diga, citar— lo que bien explica Alejandra Arévalo en Goodreads acerca de este libro: “Sara Uribe utiliza el lenguaje (y todo lo que nos han dicho de la poesía) para jugar con él, no tomárselo en serio, decir lo que piensa pero siempre con inteligencia y astucia (que no es lo mismo)”. Un Montón de Escritura para Nada (Dharma Books, 2019) me hizo subrayar y cortarme con la hoja, me hizo dar de palmadas sobre mis piernas y gritarle al libro que sí. Sí.
Si te dicen que sólo
puedes escribir poesía
si has sufrido
si estás sufriendo
si sabes inequívocamente que sufrirás.
Que toda escritura
debe partir de La Herida.
Créeme
te están mintiendo.
Todas las acepciones, asunciones y associations by proxy acerca de escribir y ser mujer, y a veces atreverse a ser las dos cosas al mismo tiempo, helas aquí. Sara Uribe a veces hace elucubraciones ensayísticas, a veces le tira al performance, a veces critica sin miramientos a todo el sector artístico y editorial, pero siempre es accesible. Hace creer en esta idea de que la literatura es para todas, y que andar de gatekeepers pretenciosos no sirve de mucho.
La Hija del Rey del País de los Elfos por Lord Dunsany
Y hablando de pretensiones, el eslogan de Perla Ediciones también está que arde: “Libros en serio, sin pretensiones.”
Esta editorial abrió en plena pandemia con un proyecto que apunta a la luna: libros del tan temido “género”; libros de terror, de fantasía, de todo aquello más allá de lo cotidiano, libros de autores como Blackwood, Machen, Von Chamisso, Stevenson y Dunsany.
¡Dunsany! Nombre precursor de Sanderson, de Martin, de Le Guin, de Jordan, de Pullman, de Lewis, del mismísimo Tolkien. ¿Te sonaba?
Dunsany fue un hombre que, rodeado de guerras, miseria y enfermedad, se sentó a escribir acerca de la hija del rey de un país mágico, de cacerías de unicornios, de fronteras entre nuestro mundo y otro distinto, donde el rocío brilla y los árboles se mueven; señor que se sentó a escribir y a escribir en serio.
Su prosa es majestuosa, lenta, arcaica, panorámica. Tanto que he hecho trampa y les he puesto este libro en la lista sin haberlo terminado.
Pero es que después de acabar cada capítulo tengo esta necesidad de irme a dormir para poder soñar y ver si puedo visitar los parajes que él describe. Aunque sea por un momentito nada más.
“Con los pies cepillaba el rocío y el aire denso, y con delicadeza presionaba por un brevísimo instante el pasto color esmeralda que se ideaba y alzaba de nuevo, como nuestras campanillas cuando las mariposas azules se posan sobre ellas y luego emprenden el vuelo, para luego vagar sin preocupación por las colinas de tiza.”
Leo a fuego lento este libro.
El hecho de que pocos en lengua española conozca La Hija del Rey del País de los Elfos (Perla Ediciones, 2020) es una tragedia que Wendolín Perla identificó y dijo: no más. Hecho y dicho. Sus libros son casi de colección, están cuidadísimos, vean nomás las portadas, y las traducciones magníficas, hasta las páginas de cortesía son una preciosidad, yo no sé qué hago aquí sin comprarme todo el catálogo. Al menos puedo presentarles a esta editorial recién nacida.
Quemar las Naves por Angela Carter
En Quemar las Naves (Sexto Piso, 2018), esta colección definitiva de los cuentos de Carter, podrás leer lo publicado en Fuegos artificiales, La cámara sangrienta, Venus negra y Fantasmas americanos y maravillas del Viejo Mundo; pero con un giro de tuerca interesante: el volumen incluye relatos inéditos.
Carter tiene una fijación por la parafernalia del escenario, la pantomima del arte, la sensualidad de la muerte y el poder de los instintos. Casi todos sus cuentos parecen estar sumidos en la penumbra, mas la manera en que describe todo hace sacar chispas de los rincones que menos te esperas.
Leerla es adentrarse en una pintura en claroscuro, donde ella es la dueña del teatro y decide qué cosa estará bañada en luz y qué no.
Es lista y lo sabe. Ha leído muchísimo y lo sabe; no obstante, construye su universo con pocas referencias explícitas a otros.
Leer los relatos nos devuelve a un mundo salvaje, primitivo, donde el paisaje es el que devora al humano. Crees saber lo que va a pasar, pero Carter ralentiza el ritmo, describe y describe, genera una tensión/intriga que queremos romper y puede llegar a ser desesperante.
Una nunca llega a plantar bien los pies en el mundo del cuento, a lo fantasmal. Pero la certeza de la magia, de haber caído en un encantamiento, es absoluta.
“Todo hombre debería ocultar un secreto, aunque solo sea uno, a su esposa —dijo—. Prométeme esto, mi pálida concertista de piano; prométeme que usarás todas las llaves del llavero menos la pequeña que te he enseñado al final.”
Tierra Fresca de su Tumba por Giovanna Rivero
Tránsito, umbrales, destinos finales. Me gustan mucho estas palabras pero me gusta más cuando realmente las siento hendidas en una trama, y mi tarea como lectora es sentir cómo punzan, animarme para quizá extirparlas.
En estos 6 relatos Rivero nos presenta a gente que ha migrado y regresa a su lugar de origen, o viceversa.
Tierra Fresca de su Tumba (El Cuervo Ediciones, 2020) es una antología cargada más hacia lo weird que al terror, pero eso no disminuye sus momentos escabrosos. Justo gracias a su longitud, me parecen muy bien logrados. Es remarcable el hecho de que cada una de sus narradoras sí tiene una voz distinta; avanzan a distintos ritmos, tienen diferentes tics y refranes.
Lo que no cambia en la escritura de Rivero es la maestría en pintar paisajes; los ambientes de verdad te hincan los colmillos.
“Nuestra casa era una prodigiosa zarza ardiente que lamía los troncos de los árboles y avanzaba como una legión por el huerto. Supe que el sonido de esa crepitación descomunal era el de todos los esqueletos que me habían atormentado. Las calaveras de los abedules, las de nuestros padres y ahora la de tía Anita.”
Una chica menonita que ha sido víctima de una violación y tras su victimización debe dejar el hogar. Una mujer japonesa que enseña Origami en un sistema de cárceles bolivianas. Unos chicos huérfanos que buscan su lugar entre los indígenas Metis de Canadá. Una mujer que se enfrenta a terribles secretos familiares cuando regresa con sus hijos a visitar la casa de la infancia. Una pareja que se somete a experimentos médicos para poder pagar las cuentas. Y mi favorito: Pez, Tortuga, Buitre. Un relato de un náufrago, un relato de un asesinato, de venganza y hambre, de hacinamiento y gula. Un relato completamente sublime.
Cometierra por Dolores Reyes
Una lee esto en fragmentos, en cucharaditas de tiempo y de terrible luminosidad, mientras que nuestra protagonista devora a puñados la tierra.
Este contraste de manos vacías versus manos llenas fue el primero que me saltó a la vista, tan repentino como chispa producida entre pedernales.
Así también puede entenderse esta historia: en la oscuridad que Cometierra (Sigilo, 2019) ingiere vienen envueltas las visiones, el dolor y un conocimiento que es más bien una carga; pero al final del camino se adivina una llama palpitante de esperanza. Y es ella. La protagonista sin nombre.
Este don despertado, aunado a su gran compasión, hace que la vida de Cometierra sea doblemente difícil ya que comerla le hace daño y, además, vive en un barrio donde la violencia y la injusticia son omnipresentes; encima, las víctimas casi siempre son mujeres.
En la desesperanza, la gente acudirá a ella, para usarla como último recurso para encontrar a sus seres queridos.
“Tenía que irme. Aunque no lo quisiera, salí tan oscura como la noche, en mi cabeza el aleteo prestado de una mariposa negra: CARGA TU CRUZ.”
Terrible y luminosa, lírica y brutal, así la describe su contraportada y a esto quisiera sumarle la descripción de “honesta”.
Ni la violencia ni la pobreza están encubiertas: todo se representa tal y como es, aunque Reyes se las arregle para encontrarle una arista de belleza a todo lo que describe. La belleza en lo colateral de la tragedia, quizá.
Alguien Camina sobre tu Tumba, por Mariana Enríquez
En estas diecisiete crónicas híbridas, que componen Alguien camina sobre tu tumba: mis viajes a cementerios (Antílope, 2019), Enríquez ensalza más el rito que la transgresión.
Sí, empalma dos figuras que servirán como el hilo conductor: Eros y Tánatos.
Mezclando el periodismo de dato duro con historia 📰(a veces remontándose hasta la edad media), aderezando con pequeñas entrevistas 🗣️y citas invaluables, utilizando además, como pegamento, anécdotas ingeniosas y ocasionales puntadas de humor, la argentina nos invita a cruzar el umbral, ya sea de puntillas o en zancada marcial. La cuestión es cruzar, seguirle el rastro.
Mariana Enríquez llega a las ciudades por trabajo o placer, pero siempre entra a los cementerios 🎚️por implacable obsesión. Ayudada por amigos y conocidos del mundo literario y a través de los años (la primera crónica data de 1997 y la más reciente del 2012), ella toma el tiempo para describir los árboles y visitantes, la disposición de las lápidas y la movilidad inminente de las estatuas. Crea la atmósfera al insertarse en ella.
Los fantasmas brillan por su ausencia: estas crónicas son más una celebración de vida que elucubración gótica y poética. Más allá de la belleza, queda solamente la oscuridad.
“Qué hermosos son los cementerios, pienso mientras miro por la ventanilla el cielo gris. Mi amiga Patricia duerme a mi lado. “Donde se pueda leer su epitafio”. Donde quedan el nombre y la fecha, una voz que dice: estuve, fui.”
Muero, MUERO, por tener este libro en físico. Ya estrenó nueva edición Anagrama pero es que miren nomás el cempasúchil, las calaveritas de azúcar, vean nomás esa portada.
La Diosa de Agua, por Juan Carlos Méndez Guédez
La Diosa de Agua (Páginas de Espuma, 2020) es un carrusel de algunas historias bíblicas —Judas, Adán y Eva, los Tres Magos, el Arca de Noé— como diría la vox populi, “tropicalizadas”, y mucho más. Allí redescubrí que la misma vieja historia puede tener una poética muy diferente. Tras la evangelización, estos mitos se integraron a los poblados del Amazonas junto con el culto a María Lionza, la diosa principal del espiritismo venezolano.
Este culto posteriormente fue tachado de brujería. De hecho, el autor lo practicó cuando era pequeño, pero le dijeron que debía mantenerlo en secreto.
Con estos cuentos, que a veces tienen a la diosa en el centro —en todas sus iteraciones— o en la periferia, Méndez Guédez la homenajea y la reinventa: con brazos en alto la presenta al mundo como la figura brillante y piadosa que siempre fue.
Una hamaca oscilante, un lago iluminado por el mangata de la luna, una niña tomada de la mano de su padre, una serpiente, una estrella, un bosque impenetrable, cuerpos sudados, campos dorados. Mucho maíz. Son imágenes teñidas de una familiaridad que va creciendo con cada relato, donde a pesar de la violencia que siempre persigue y a veces alcanza a los personajes, quedan restos de una energía especial. Paz conseguida a duras penas.
“La Reina de las aguas, y las tierras, y los frutos… estate atento; los guerreros de ojos rojos beben sangre y le temen al regreso de la Reina. Estate atento. La belleza extrema es como una moneda, tiene otro lado que oculta el horror.”
La portada tiene una textura muy peculiar. Se te quedan pegados los dedos a ella. En conclusión: no había escapatoria posible a esta magia de lluvia tibia. Este libro existe en duplicidad de amor y crítica.
Contar es Escuchar por Ursula K. Le Guin
“Los críticos y los profesores universitarios llevan cuarenta años tratando de sepultar la obra de ficción imaginativa más grande escrita en inglés. La excluyen, la tratan con desdén, se reúnen en grandes grupos para volverle la espalda, porque le tienen miedo. Le tienen miedo a los dragones. Padecen Smaugfobia. Saben que si reconocen a Tolkien tendrán que admitir que la fantasía puede ser literatura, y que en consecuencia tendrán que redefinir qué es la literatura. Y son demasiado perezosos para hacerlo.”
Mi reina, mi diosa. Tómenla, críticos que se preguntan si la ciencia ficción y la fantasía calificarán com literatura.
Ursula K. Le Guin falleció el día en que este libro fue publicado, una coincidencia agridulce que apenas sirvió de consuelo a los millones de lectores que la admiraban. Pero non omnis moriar, recitan aquellos fans más poéticos.
Dividido en 4 secciones, Contar es Escuchar (Círculo de Tiza, 2018) cuenta con treinta escritos (a veces ensayos, a veces poemas) que se entrelazan como pretzels y, tal y como dice en la contraportada, este es uno de esos libros que se debe de leer con bolígrafo en mano para poder así subrayar, dialogar y adentrarse en el territorio de esta autora —en caída libre que se aterriza cabeza primero— a gusto.
No quisiera omitir lo que Le Guin consiguió abarcar: el respeto a la mot juste y la exquisitez detrás de cada coma; la espera cazadora y furtiva de la ola en la mente (que contiene el núcleo y el ritmo de una historia); el amor profundo a las palabras; su recepción de brazos abiertos a la identidad de género, a la ecología y a la espera, a escuchar y a cazar la historia dentro de cada uno, o el reconocimiento a un público que ella nunca desestimó.
Le Guin fue una mente y un alma que nunca perdieron la capacidad de asombro y la habilidad arquitectónica de diseñar textos que maravillaran a otros.
Sus palabras seguirán asombrando mientras se les lea. Ursula es otro gigante que nos entrega sus hombros para que nos encaramemos a ellos, en busca de verdaderos dragones.
Las palabras son mi forma de ser
Humana, mujer, yo misma.
La palabra es la rueca que me hila,
La lanzadera que pasa por la urdimbre de los años
Para tejer una vida, la mano
Que da forma para usar, para adornar.
La palabra es mi diente,
Mi ala.
Pasé mi cumpleaños pasado encerrada en el convento para monjas en el que me hospedaba en Barcelona. Historia para otro momento, quizá 📚🤭. Pasar todo lo de la pandemia, la incertidumbre de no saber si volvería a casa, o si podría seguir haciendo mis videos, el estar buscando empleo… puf, no necesitan que les diga lo que ha pasado desde marzo pasado. El hecho es que estos 11 libros me acompañaron y fueron tanto puerto de anclaje ⚓ como refugio.
Otra sorpresa: ¡mis reflexiones acerca de 2 de mis libros preferidos de este año se publicarán pronto en un artículo de la revista Efecto Antabus! Estense al pendiente 😉
No olviden buscar a las editoriales independientes que aquí menciono, ¡son excelentes!
¿Han leído alguno de estos libros? ¿Qué opinaron de ellos?
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