“En toda mi vida no oí que un brujo cazara dragones. Por eso, más raro que nada es el que hayas aparecido por aquí.”
Las fronteras de lo posible, cuento de Andrzej Sapkowski
Geralt es un brujo, cuyo gremio se extingue debido a la brutalidad de su oficio: cazar monstruos. Pero descubrirás que en la saga de El Brujo, del polaco Andzrej Sapkowski, la humanidad es la que comete las monstruosidades, y frecuentemente el mejor remedio para un monstruo son palabras rompedoras de encantamientos en vez de una espada desenvainada.
Los dragones dorados no existen
‘Las fronteras de lo posible’, primer cuento de La Espada del Destino (Artifex, 2015), comienza cuando el brujo cobra su paga por matar un basilisco. Entonces, conoce a Borch Tres Grajos; extraño caballero que no porta armas pues las lleva consigo: dos guerreras zerrikanas llamadas Téa y Véa.
Pronto, surge la noticia de que el rey Niedamir le puso precio a la cabeza de una dragona que recientemente aterrorizó a su pueblo; proponiéndose cobrar el crédito por su exterminio y así conseguir la mano de la princesa de un reino vecino.
Se arman las partidas de caza, llegan comitivas de enanos, un caballero con verborrea, varios matones y Yennefer, hechicera orgullosa que todavía no ha perdonado a Geralt por abandonarla.
El tiempo corre y todos quieren llegar primero a la cueva de la dragona malherida, en las montañas de los Milanos.
Los mutantes no pueden perdurar
Entre discusiones —pues Sapkowski adora retacar sus cuentos de diálogos expositorios—, Borch Tres Grajos conversa bastante con Geralt. Le pregunta acerca de su naturaleza de mutante (pues los brujos son poco comunes y parias ante los humanos) y acerca de su filosofía de vida. ¿Matar o dejar vivir?
Para el asombro de Borch, Geralt confiesa que solamente se unió a esta cacería por Yennefer, no porque pretenda dañar al dragón. Arguye que a nadie le interesarían los dragones si no acumularan tesoros, y que no alzará el brazo contra ellos. Esta compasión —simple filosofía de no matar lo no dañino y de ver en la otredad una especie de triste reflejo— es la que vuelve a Geralt un personaje tan tridimensional. Tan trágico.
Explica que solamente hay tres tipos de dragones: los verdes (más bien grises), los rojos, y los negros. Borch escucha, sonriente, sibilante.
—[…] ¿Y sabes de qué otros dragones he oído hablar?
—Lo sé. —Geralt dio un sorbo de cerveza—. De los mismos que yo. De los dorados. No existen.
Cita larga, pero cada palabrita es crucial.
—Seguro que sabes lo que dices; tú eres el brujo. […] Y, sin embargo, pienso que cada leyenda debe de tener una raíz. Y en esa raíz hay algo de verdad.
—Lo hay —confirmó Geralt—. Por lo general, sueños, deseos, nostalgias. La fe, que no conoce límites de lo posible. Y a veces el azar.
—Precisamente, el azar. ¿No puede ser que haya habido alguna vez un dragón dorado, una mutación única, irrepetible?
—Si fue así, padeció la suerte de todo mutante. Ser demasiado diferente como para perdurar. […] Los mutantes son estériles, Borch. Sólo en las leyendas puede perdurar lo que en la naturaleza perdurar no puede. Solamente la leyenda y el mito ignoran los límites de lo posible.
El más hermoso
Poco después, ocurre un desafortunado derrumbe de piedras, y tanto Borch como sus acompañantes desaparecen. Dicho deslave revela las intenciones de Yennefer de curar su esterilidad con carroña del dragón y su conexión ineludible con Geralt.
Súbitamente, ante la incredulidad de todos, un dragón diferente se asoma desde una cueva próxima. Un dragón dorado.
Calamidad, caballería y carnicería proseguirán. Solamente entonces Geralt deja su pasividad y pelea, no sin antes consultarlo con Jaskier:
—Yo, Geralt, cuando veo un reptil […] las tripas se me revuelven, tanto asco me dan y tanto miedo estas asquerosidades. Pero este dragón…
—¿Sí?
—Él… él es hermoso, Geralt.
—Gracias, Jaskier.
Se revela que Villentretenmerth protegía en realidad a un pequeño huevo a punto de eclosionar; además, la dragona Myrgtabrakke, a quien cazaban, había muerto protegiendo a su retoño.
Cuando la lucha termina, y Téa y Véa terminan de segar cabezas, donde antes estaba el dragón dorado se alza un hombre: Borch Tres Grajos. Es un cambiaformas, justo como cuenta un antiquísimo romance.
Geralt, quien justo termina de entender la situación, contempla la masacre a sus pies y siente una especie de hastío teñida de maravilla. Creo que le complació que le mostraran su error, pues reverencia al mito viviente, comprobando que la leyenda sí que ignora los límites de lo posible.
—¿Y la meta… la meta que está al final del camino?
—Es él. —Villentretenmerth levantó sus antebrazos; el dragoncillo chilló asustado—. Precisamente acabo de alcanzarla. Gracias a él perviviré, Geralt de Rivia, probaré que no hay límites de lo posible. Tú también encontrarás alguna vez tu meta, brujo. Incluso aquellos que son diferentes pueden perdurar. Adiós, Geralt. Adiós, Yennefer.
Legados, leyendas, lamentos y viceversa
La historia de Villentretenmerth condensa y pone del revés las tragedias de Geralt y Yennefer: allá donde el brujo es un mutante y paria incomprendido, el inexistente dragón dorado viajó al mundo de los humanos y peleó al lado de una especie enemiga; allá donde la hechicera lamentaba haber cambiado su matriz por la magia, el dragón estéril consiguió tener un hijo y perdurar. Símbolo de lo imposible, flaco consuelo, pero estas revelaciones vuelven a unir a este par, al menos hasta la siguiente inevitable separación.
Sí, el cuento termina con el cazador dejando huir a la bestia más hermosa de todas. Y es que, a pesar del aparente desdén, de las décadas que Geralt lleva lidiando con la ignorancia y hostilidad humana, más allá de la terca brújula moral que a veces le complica el oficio, Geralt ve un fragmento de su identidad en las escamas del dragón dorado. Una chispa de esperanza.
Los brujos cabalgan hacia la extinción. El retoño de Villentretenmerth vuela hacia la posteridad.
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