Páginas: 288
Publicación: 2024
Editorial: Random House
“Lo hacían para olvidarse de lo agotador que era resistir a las catástrofes entre los escombros: para inventarse un instante en el que fuera posible vivir y no solo sobrevivir.”
“Y a mí nadie me quita de la cabeza que la pasión de esa man no era el baile sino el aniquilamiento por el aniquilamiento, las ganas de llevarse al límite de lo aguantable porque sí, porque qué es la vida sin el riesgo de perderla o de cometer un crimen en su contra, qué.”
Chamanes eléctricos en la fiesta del sol
Uso estas dos citas como prefacio de la reseña porque encapsulan, creo yo, las claves para descifrar esta novela de Mónica Ojeda.
En Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, la trama es tan lisérgica y majestuosa como el título lo sugiere: dos amigas, Noa y Nicole, huyen de un Guayaquil cargado de asesinatos y violencia (donde baleados, decapitados y torturados, así como toques de queda, ya son pan de cada día) y llegan a la 5ª edición del Festival del Ruido Solar, que acontece en el páramo andino.
Este evento reúne a una multitud variopinta de poetas, músicos, bailarines, melómanos, pintores y performers, todos atados por la necesidad de huir de la violencia, de encontrar un significado superior en un evento que quiere desenterrar las raíces de los Andes y apuesta todo por el arte.
La gente en el festival busca dejar de sobrevivir. Quieren vivir, y utilizarán todas las sustancias, maratones exhaustivos de conexión con la naturaleza, máscaras, baile y canto en quechua, así como todos los paradigmas y filosofías new age que sean necesarias, para tener una experiencia espiritual como ninguna otra.
Narrativa tan lisérgica que llega a ser inescrutable
Este es el argumento del libro. Sin embargo, a partir de la primera página y durante toda la primera parte (que dura 96 páginas), la trama parece dar vueltas y marometas, llevadas hasta el límite de lo lisérgico y abstracto, sin llegar a ningún lado.
Los personajes se hallan en el festival y cuentan un poco sobre sus trasfondos, bailan y se drogan, cogen y se drogan, lloran y se quejan y se vuelven a drogar bailando, todo mientras comienzan a adorar a la figura de El Poeta y sus cantoras, en un ciclo psicodélico abrumador y profundamente vívido que parece inacabable.
Y todo esto en un lenguaje de ritmo que no cesa, complejo, tan críptico que en ocasiones se siente como estar leyendo Finnegan’s Wake. No lo niego, hay un gran atractivo en entregarse a una narrativa coral imbuida por música, catalizada por canto, música y diez mil colores, todos nacidos en lo alucinógeno. Pero es cansado.
Es como si Ojeda escribiera exclusivamente para sí misma, para comprobar los límites de su escritura, y a nosotros nos llevara de polizones en su viaje. Esa primera parte es casi indescifrable, exhausta de atravesar. Llegar al final de esta sección sí que se siente como un alivio del espíritu.
Novela… ¿polifónica?
Esta novela se promociona como una coral, en la que diferentes personajes van describiendo lo que sucede. Sin embargo, con excepción de Noa y Pamela, los personajes me parecen transitorios, excusas para que una misma voz cuente lo que pasa. No recuerdo una sola frase o expresión de alguno de ellos excepto el ¿cachas? Esto, me apena decirlo, no me basta para recordar una voz verosímil y distinguible.
Por ese motivo, me fue casi imposible empatizar con nadie excepto la historia de Noa y Ernesto, su padre, quien la abandonó cuando era niña y ahora ella desea volver a ver.
Eso sí, una vez acaba la primera parte y comienza Cuadernos del Bosque Alto I, el libro empieza a fluir mucho mejor, pues está narrado desde la perspectiva de Ernesto Aguavil, el padre ausente de Noa, quien vive en la montaña en compañía de sus animales “naturalizados” (disecados), sus perros, la tenebrosa y embrujada memoria de su infancia, y la conciencia de que su hija –a quien no amó lo suficiente y abandonó y no se siente culpable por ello–, próximamente vendrá a verlo.
Mis pasajes favoritos, sin duda alguna, son aquellos narrados por Ernesto: más pragmático, igual de poético, aparentemente simples pero de profunda sensibilidad, inescrutable como la naturaleza que habita y reverencia. Sus capítulos de una o dos páginas tienen una resonancia innegable y son lo más memorable del libro.
Desde ese momento, la novela se lee mucho mejor. Pero tarde o temprano hemos de volver a las indistinguibles voces de los personajes en los Andes en el Festival del Ruido Solar…
La magnificencia de la prosa por sí sola
Vale resaltar algo crucial: este es un libro de prosa poética densa, que exige mucho del lector, que requiere un estado mental de tremenda paciencia, de animación suspendida. Por esto, es el libro más ambicioso de Ojeda hasta el momento.
Es también el libro con la prosa de mayor majestuosidad y resonancia que he leído, y por ello, el que más he subrayado. Acá hay erupciones volcánicas, glaciares, yeguas, cóndores, tormentas, profecías cantadas, conjuros y huesos. Hay frases para enmarcar, para volver motto de una vida entera, para decirse a nosotros mismos en las noches o en nuestros momentos de mayor indefensión.
Hay frases aquí que evidencian el poder de la literatura, que se quedarán clavadas en la mente y en el corazón de las personas.
En ese sentido, es una novela extraordinaria. Es testamento del talento colosal de Ojeda, de su voluntad de artista… aunque también a mí nadie me quita de la cabeza de que su pasión es la escritura por la escritura, las ganas de llevar al límite de lo aguantable al lector porque sí.
No creo que esta sea una novela de personajes o de trama, sino de atmósferas, de escenas y de pasajes que estimulan la metamorfosis y la catarsis, que se adueñan del idioma y ya no lo sueltan. Esta novela es el reto de Ojeda a los lectores, el barranco que ella presenta. Es nuestra decisión saltar y hacer el clavado o no.
Conclusión
Sugiero leer esta novela sin el descaro lector de querer averiguar qué está pasando: lo que importa es dejarse llevar, levitar hasta ascender al rapto que Ojeda trenza como embrujo.
En esta novela ella vuelve a las obsesiones que vertebran su escritura: los volcanes, los terremotos, la mitología ancestral, la figura del padre en búsqueda o en abandono del hijo, la figura de la mujer como bruja, las osamentas y la violencia de su Ecuador natal. Sigue exaltando una prosa barroca y de inmensa belleza.
Todo el aspecto del chamanismo, los bailes barbitúricos y la espiritualidad de festivales llenos de drogas me parecieron superficiales, no los disfruté.
Me parecieron mucho más cercanas las interrogantes sobre la ausencia del padre, sobre la amistad, sobre el amor, las heridas y el duelo y en cómo estas cosas nunca son como las imaginamos o las queremos.
“Un colibrí es bello y pesado en el corazón, decía uno de los cantos de mi madre. Como no quise tener el corazón habitado lo limpié de cualquier presencia. Noa no lloró cuando me fui. Tal vez lo sabía.”
Es cuando Ojeda habla de estos temas que no se dispersa la belleza poética del texto, que el ruido se atenúa por un segundo y las palabras resuenan claras como campanas glaciares en la cabeza.
Me pesa ponerle tres estrellas a un libro que tanto intervine, que tanto subrayé, que tantas frases dejó rajadas en las arterias. Pero es que, al final del día, no es un libro como tal, una historia accesible a mí, sino la máxima exploración del lenguaje, indagación en la poesía y la naturaleza, última comprobación de que el arte que amamos puede y va a matarnos.
Dejo, como testamento a la proeza narrativa de Ojeda y como sitio de consulta posterior, las frases que más me gustaron, catalogadas por tema.
AMOR Y DUELO
[…] “Ahora sé que lo que más nos hiere son las ideas que tenemos de las personas. Lo que duele es lo intangible: lo que imaginamos que amamos y odiamos en nuestras horas de mayor indefensión. Solo el sentido calma esa clase de dolor, pero el sentido es una mentira que nos contamos mientras los terremotos y las erupciones destruyen nuestras casas.”
“El duelo se tolera si tienes a alguien a tu lado: eso es lo subversivo de la ternura.”
“Amar a alguien es un camino oscuro, no importa lo que digan, y darse la mano en la noche no salva.”
“El amor es más corto que nosotros, puede llegar a ser más grande pero nunca más viejo.”
“Una herida descubre el paisaje interior que ignoramos. Estar herido es el precio de la revelación.”
HORROR
“El ruido de los insectos, los pájaros y los animales intimida, pero el silencio es como un cadáver abriendo los ojos, algo que parece imposible y que te paraliza. […] El silencio es solo una pausa. Lo que viene después es por fuerza violento.”
“El bosque nos mira a través de la ventana. Es una mirada que solo respeto cuando oigo a los perros ladrarle a su inmensa noche.”
“Esa tarde, mientras cazaba, un ave oscura y de ojos grandes se posó en una rama cercana. […] Me sentí enfermo. No pude moverme, pero me llevé la mano al estómago y aguanté el sudor y las ganas de vomitar. Abrió su pico con lentitud. No emitió ningún sonido.”
“Y de repente, las vi hacer una cosa espantosa: las vi clavarse los dedos en el músculo de la voz y apretar como si tuvieran cuerdas en la garganta, clavar los dedos en sus cuellos igual que los Chamanes en sus bajos y en sus guitarras eléctricas durante los conciertos. Se vio dolorosísimo […]”
MÚSICA
“De eso hablamos: de que la música y el baile salen del más allá para devolvernos las ganas de vivir. Sin la pérdida no habría nada sonando ni nada bailando.”
[…] “Porque allí donde las palabras temen, el canto se eleva.”
[…] “Que la música ama la muerte porque la vence y ama la vida porque la eleva.”
[…] “Las profecías están hechas para ser cantadas: necesitan del sonido para elevarse o para descender y penetrar el hueso del mundo.”
PAISAJES
“Dicen que frente a lo grande uno se siente irremediablemente pequeño, pero yo me sentí inmensa guardando el tamaño del volcán en mis ojos. Pensé: esto cabe en mí.”
“Estábamos a más de cuatro mil metros de altura y los nueve picos del Altar parecían dioses llorando sobre la laguna. Había pocas nubes, así que el sol pudo entrar y dejarnos ver el fondo de basalto inundado con la sangre de los glaciares.”
“Cayó la noche y estábamos todavía en el sendero. La sombra era compacta, una pupila de gigante a la que entramos porque no había otra manera de salir.”
LO DIVINO
“Se lo conté al yachak y él me dijo que ‘contemplar’ venía de ‘templo’ y que ‘templo’ era el lugar donde los ojos atendían. Por eso, dijo él, para los que leen el vuelo de las aves el cielo es un templo.”
“Un perro sensible les teme a las tormentas. Adivina en el estruendo la presencia divina.”
“Esta mañana sansón ladró dentro de la iglesia vacía y la reverberación fue como el habla de Dios. Ese es el lenguaje al que aspiro: uno que el templo purifique.”
“Escribir sobre alguien es poner un peso encima del ser: es colocar a la persona por debajo de las ideas que uno se ha hecho sobre ella, echarle sin pena ni miedo el ojo de Dios. Escribo encima de mi hija y encima de mí mismo. Esto tiene que traer consecuencias”.
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