Publicación: 2023
Editorial: Malabar
Páginas: 128
Cosas que no contaré a mis padres
Es un libro que leí dos veces, porque el primer libro fue destrozado en un ataque de locura de mi gato. ¡Así que mejor compré el libro de nuevo!
Y resulta que esa segunda lectura me reveló la naturaleza dual de muchos de los poemas de este libro, ganador del Premio Nacional de Poesía Francisco Cervantes Vidal en el 2021 🏆.
La soledad de los poemas
En estos poemas cotidianos, marcados por una mirada penetrante que evalúa el pasado con un toque de melancolía pero también de ironía, descubrí la pluma de Sabina Orozco.
Esta sabe retratar la incertidumbre del compañerismo y la inercia que surge durante la vida en pareja; indaga en todos esos momentos de amor, de odio y de cuestionamiento sobre su presencia en la vida propia.
En esta poesía habitan el café de la mañana, la tostadora, las noches de sábanas insomnes que las preceden, las reflexiones familiares; todas las postales de lo que es vivir y fracturarse en pareja.
Más adelante, cuando asumo que esa relación ha terminado y los poemas surgen a partir de este evento, los poemas son una suerte de cartografía de la soledad de una mujer joven. Una mujer que vive sola, que halla una nueva pareja cada noche, y durante todo esto queda enfrentada al sofoco y al tránsito de la gente, la única constante en la ciudad.
Lo que más me gusta del lenguaje
Si bien el lenguaje que utiliza es sencillo, es en las atmósferas construidas y el simbolismo que conllevan donde radica la complejidad del libro. Por ejemplo:
“Lo nuestro tiene filo de botellas,
del rayo que a primera hora
cruza la ventana
y nos atraviesa el cuello.”
“Si de crueldad se trata,
soy una experta:
tus palabras fueron agujas
pequeñitas
brillantes
exactas
que repasé varias veces.”
“A esa hora
la forma en que escurría la luz
hacía que nuestras caras
se confundieran
con vidrios rotos.”
“Desde la superficie confundí las botellas con peces.
Alberca adentro, los restos de vidrio me rodearon.”
En esta poesía de postales breves habitan las agujas, los reflejos del agua, la consistencia del vidrio, la luz en todas sus formas. La luz, en estos poemas, es un artilugio, un vaticinio ineludible, pues lima la mampostería que vamos construyendo sobre nuestra vida y deja solamente la verdad el desnudo.
Sí: la luz 💡 muestra a todo color las costuras flojas de esa vida que queremos tener, que no logramos construir.
La belleza en la fragilidad
En Cosas que no le contaré a mis padres se retrata muy bien la soledad, la cotidianeidad, lo cambiante de la vida de una mujer joven. Pero incluso en sus momentos más aciagos, queda la intención de “quedarse con las cosas buenas de los accidentes”.
Es decir, la predisposición a conservar la belleza de los momentos que surgen durante las épocas más frágiles de la vida de una persona.
Es así que, al final de la lectura, me quedo con varias preguntas: ¿es posible tener un cómplice para crear nuevas vulnerabilidades? ¿O romperse es un acto que ocurre en complicidad? Estos son enigmas bien profundos para un libro que puede echarse de una sentada con un gato en el regazo, quien por el momento ha pausado sus achaques de locura.
La facilidad con la que brotan estos enigmas tras cerrar el libro me deja un regusto extraño en la boca, que sabe mucho como al desamparo y al asombro que deja leer poesía efectiva.
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