“De hecho, iba al zoológico todos los días para escapar de la gente. El animal al que mejor llegué a conocer era una joven hiena. Ella también me conocía. Era muy inteligente; yo le enseñaba francés y ella, a cambio, me enseñaba su lenguaje. Así pasábamos muy buenos ratos.”
Leonora Carrington: Alma británica, refugio mexicano, legado universal
No debería sorprender que el primer relato de estos Cuentos completos de Leonora Carrington empiece con una imagen tan surreal e incitante como la anterior, pero aun así, lo hace 👠🌔.
Este 25 de mayo se cumplieron once años desde la partida de Leonora, y este breve texto se sumó a la oleada de homenajes.
Y es que, de entrada, Cuentos completos es un homenaje a una Artista con a mayúscula —quien trajo su alma británica y talento descomunal a México, donde permaneció Ilustración hasta el fin de sus días— y fue publicado por el Fondo de Cultura Económica en el 2020 📘.
Leonora escribió este breve relato en 1937, en su lengua materna, cuando apenas acababa de mudarse a Londres y tenía 18 años. Podría hallar varios paralelos con su estatus y similitudes con su vida, pero en esta columna se habla de manticorías galore; la hiena será el foco.
El baile del cuento de hadas, pero hay una hiena
Y la hiena lleva la cara de una criada asesinada. Pero me estoy adelantando.
La protagonista ya ha establecido que ella y la hiena aprenden la una de la otra, pero la extensión de su amistad se conoce hasta que surge el conflicto del cuento: la chica debutante no quiere ir al baile organizado por su madre, baile vano y frívolo cuyo objetivo es presentarla a la sociedad 🎀 👗.
Básicamente, le parece una lata, mientras que a la hiena le parece maravilloso y quiere darse un cambio de aires. Los deseos de ambas se corresponden de manera ideal, pero todavía falta una pizca de convencimiento:
“Escucha —le dije—, a la luz del atardecer no se ve muy bien. Con que te disfraces, nadie se fijará en ti en medio del gentío. Además, prácticamente somos de la misma talla. Eres mi única amiga, te lo suplico.”
No se diga más, la hiena escapa del zoológico, llega a la casa de la protagonista y se cuelan a su cuarto sin ser descubiertas. Entonces, comienza una velada que tradicionalmente se codifica como mágica pero, en este caso, es más sangrienta.
“Una vez en mi cuarto saqué el vestido que debía ponerme en la noche. Le quedaba algo largo y le costaba caminar con mis zapatos altos. Encontré unos guantes para ocultar sus manos, demasiado peludas para verse como las mías. Al amanecer, cuando el sol iluminó mi recámara, la hiena ya podía recorrerla, caminando más o menos erguida.”
Esta imagen es realmente la que más marca el relato, pues nunca vemos a la hiena en acción, interactuando con huéspedes, dando latigazos con su lengua larga sobre la fuente del ponche, estirando sus corvas para bailar con algún galán. No: lo que vemos es la preparación, la antesala de un engaño que le traerá disfrute a ambas, a costa de la comodidad de sus invitados.
Lo fascinante de este pasaje en el cuento de Leonora es la enseñanza de la humanidad a una bestia, incluso si esa humanidad es una mera pantomima de la vida real.
La debutante bestial
Tras enmascarar el cuerpo, restaba un último detalle: la cara. Ni cortas ni perezosas, matan la criada, Mary, con tal de que la hiena porte su cara y así atienda el baile y la cena en su honor. La chica, no obstante, le da la espalda al asesinato y tampoco es testigo del corte de la cara.
Efectivamente, la violencia se pasa por alto, sin ahondar en sus implicaciones o gravedad, y resulta un poco decepcionante no ver la reacción de los invitados ante el arribo de esta debutante bestial. En cambio, dado que el cuento está focalizado en la protagonista, esta relata lo tranquilo de su tarde, mientras lee en su habitación.
Pero allí está el meollo del asunto: la protagonista ignora aquellas escenas que la incomodan, que recalcan la naturaleza bestial de su amiga, y por eso no vemos ninguna escena del baile con la hiena bajo la luz del reflector. No es hasta que una premonición de la mala suerte —esta vez, un murciélago, que no por casualidad es un animal—, que la protagonista comienza a sospechar que las cosas andan mal.
Esto se debe a que hubo un aspecto que fueron incapaces de enmascarar: el olor. La madre se percató quizá instantáneamente, y los invitados fueron dándose cuenta poco a poco. En este caso, el aroma es el que delata la verdadera naturaleza bestial, y ni siquiera existe una sola mención al perfume en el cuento de Leonora Carrington.
El aroma es aquel elemento disonante que nunca pudieran encubrir, y por ello así concluye el cuento:
“Acabábamos de sentarnos a la mesa, cuando esa cosa que ocupaba tu lugar se levantó y gritó: “Con que huelo un poco mal, ¿eh? ¡Pues yo no como pasteles!” Luego se arrancó la cara y se la comió. Y de un gran salto, desapareció por la ventana.”
Las hienas siempre son reales
Los elementos fantásticos en cuentos suelen interpretarse, de manera decepcionante, como reflejos de la psique perturbada del protagonista.
Este no es el caso de Carringon, al menos no en este cuento. La mejor manera de decirlo es como lo explica Kathryn Davis en el prólogo:
“El punto es que en un cuento de hadas sabríamos que no es realmente una hiena, mientras que en las historias de Carrington las hienas siempre son reales.”
Todas las crueldades, todas las reglas sin sentido que a la vez conforman su mundo, todas las bestialidades y pantomimas: todo es real con ella ❤️🔥.
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