Ven, Shambat, que fijaré tu destino,
Un hado único para la eternidad.
Te maldeciré con una maldición poderosa
Que te hará sufrir de inmediato:
Que no tengas una casa para descansar.
Y no habites nunca en el seno de una familia […]
Y en tu alcoba se pose la lechuza hasta el fin.
Cómo me convertí a la fe de las lechuzas, de Héctor Rojo
Esta es una suerte de epígrafe (y premonición) hallado apenas comienza Cómo me convertí a la fe de las lechuzas (2019), primer libro publicado de Editorial Malabar. En esta historia breve, de apenas 46 páginas, Héctor Rojo nunca desentrañará el misterio, pero sí te mostrará las garras que lo harán. La historia es enmarcada por las notas aclaratorias de Ernesto, quien reporta sus impresiones de los días previos a la desaparición de su amiga Yolanda. Esta le envió tres crípticos emails, cada uno más inestable que el anterior, y nunca más se volvió a saber de ella.
Pronto descubriremos que su comportamiento errático surgió cuando descubrió que su pareja, Miguel, le era infiel con su amiga Laura, y a partir de entonces comenzó su descenso hacia la locura. Mejor aún: su ascenso hacia libertades incomprensibles.
La sorna compartida
Yolanda cuenta en sus emails cómo cree que ambos traidores se ríen de ella a sus espaldas, y que incluso tanto espejos como muebles son parte de esa broma secreta. Las cosas la miran, la espían, la desnudan con lo que saben, y ese es el núcleo de su furia. También el de su desesperación. Claro que le duele el engaño sentimental, pero aquello que la desestabiliza es la sorna compartida e indiferente, misma que la vuelve víctima y burla.
Cuando cerró la puerta, la casa se convirtió en un horno al rojo vivo. Desde ese momento, Erne, aquí sólo podíamos sobrevivir yo y los ángeles malformados que empezaban a asomarse detrás de las cosas con sus caras y alas negras. Así que me senté en el sofá con la mirada perdida y dejé que mi piel y mis huesos ardieran hasta purificarse.
Dicho eso, podría reducirlo a que son los ojos —jueces silenciosos—, los que potencian esta inestabilidad suya, cercada dentro de los territorios de la esquizofrenia.
Y en la naturaleza hay muchos animales cuya mirada reluce en la oscuridad, pero existe un ave en especial que vuelve el fenómeno tan intrigante, que hasta la han tildado de bruja disfrazada. Ya viene para acá, con alas desplegadas.
Ojos brillantes desde la maleza
Una noche, una lechuza blanca como una figura de nieve salvaje se posa sobre un árbol cercano, a observar a Yolanda en silencio. Entre el terror y pasmo maravillado, Yolanda comenta que no se deja fotografiar, pero que le probará a Ernesto que existen. Nunca lo conseguirá.
La lechuza sabe algo, ve demasiado. Y también quiere actuar.
Sé que si no hubiera estado de por medio la ventana, la lechuza se me habría aventado encima para arrancarme los ojos. Y, a pesar de eso, al mirarla ahí parada sin hacer nada, me llenaba una sensación renovada de tranquilidad.
Pronto llega otra lechuza. Se ríen aunque mantengan sus caras como un palo, así las describe Yolanda, mientras comienza a pasar por más horrores, como aquella escena en la cual arañas le salen del cuerpo. Su vida, en sentido figurado, comienza a arder y desmoronarse.
Yolanda se entera entonces que su amiga Laura espera un hijo de Miguel, y esto cimenta aun más la traición. Apenas abre la ventana un resquicio, las lechuzas se abaten sobre ella. Está sitiada, tanto emocional como físicamente. Es entonces cuando se aclaran los paralelismos.
Tres lechuzas
La tercera llega el mismo día que nació el hijo de Laura y Miguel, asegura Yolanda. Ella lo sabe con certeza sobrenatural el instante en que ve a la tercera lechuza pequeña entre las otras, así completando el cuadro de una familia completa.
Es allí a donde quiero llegar: la protagonista se lamenta amargamente de la traición, de haberse cuidado tanto de no tener hijos y de que su pareja haya tenido uno con otra; de que todo haya comenzado a escondidas. Y entonces, una lechuza aterriza en el árbol cada que una nueva traición impacta su vida: la primera llega cuando Yolanda confiesa el amorío, la segunda cuando Ernesto se va de la casa, la tercera cuando nace el hijo de ambos. Cada lechuza es un secreto revelado, cada lechuza es una ilusión fracturada para siempre.
Sí, aquellas lechuzas son el retrato de todo lo que Yolanda no puede tener. Justo como en sus más grandes miedos, las aves también lo saben y la observan, haciendo mofa de ello. Esto provoca el críptico desenlace, la respuesta de Cómo me convertí a la fe de las lechuzas.
Un cuchillo, un par de ventanas abiertas, una invasión que pone a Yolanda a reflexionar sobre los beneficios de ser devorada por las lechuzas y ser llevada en sus tripas hasta la cima de un cerro. Más allá de la desesperación, en su fantasía veo tintes de libertad. Al menos la esperanza de conseguirla una vez se renuncia a ilusiones rotas.
El paraíso en todo su esplendor
Yolanda ha afilado el cuchillo y quiere jugar con las garras afiladas de sus nuevas amigas. Ahora, dice, ya no tiene promesas que cumplir ni esperar, como aquella en su infancia de tener todos los hijos que le diera Dios. Con esa promesa ida, se aferra más a su amor por Dios, dado que renunciará a los planes que Él había preparado para ella. ¿Te imaginas que un día despertáramos y ahí, en nuestro propio jardín, estuviera el paraíso instalado en todo su esplendor?, pregunta Yolanda. Se refiere al mismo jardín que sostiene al árbol de las lechuzas con mirada brillante.
Yolanda emite una despedida, pero pervive la ambigüedad de qué eligió: muerte, transformación. Quizá solamente liberación.
Comments