Configurar la nostalgia: Lluvia, de Karina Pacheco
- Alicia Maya Mares

- 30 jul
- 2 Min. de lectura
Lluvia, de Karina Pacheco Medrano

Páginas: 112
Publicación: 2018
Editorial: Seix Barral
"Hay un pájaro en la selva al que llaman pamuk, solo canta en las noches de luna llena. Su sonido recuerda la caída de tres gotas de agua sobre una copa de cristal. Esa noche estaba cantando, aunque la luna estuviera en fase creciente. Es por el cambio climático, me dijo el camarero a la hora de la cena."
La belleza irrecuperable del cambio: en los 9 cuentos de Lluvia, los personajes habitan un recuerdo que los moldeó, tal como la pareja que el tiempo terminó alejando, la poza donde se amaron y luego emponzoña la violencia súbita, los novios militantes de juventud, el compromiso que se rompió para dar lugar a otro, o la inocencia de una hija mayor perdida en el río.
Y, en general, hay mucha agua en estos relatos: la que perla las ventanas del avión, la que se condensa durante la noche en la jungla, la poza, los ríos, el mar que guarece perlas de colores. Todo esto sirve como trasfondo de los cuentos y a veces su escenario principal.
Configurar la nostalgia
Y lo que más me deslumbró de estos cuentos de Karina Medrano es cómo la autora usa el agua para configurar la nostalgia. Es en esos momentos -cuando se piensa en romances distantes, viajes de juventud, o amores a los que se van a renunciar pronto- donde viven los personajes.
Y, aunque muchos son cuentos realistas donde se narran violaciones, manifestaciones políticas y explotación de recursos en la selva, algunos se inclinan más hacia lo insólito. Están teñidos de la resonancia de los cuentos de hadas, especialmente el primero y el último ('Todo es un juego' y 'Volverá del mar y tendrá tus ojos').
Compromisos rotos a última hora, asesinatos, niñas que se lanzan al río, que huyen en canoas, que se dejan arrastrar por la pasión, madres que le enseñan a sus hijos a nadar, parejas que hacen el amor en el mar, hogares perdidos hace mucho tiempo.
Una lectura breve, bastante fresca.
"Abajo, en el valle, aún era posible distinguir las hogueras que animaban la euforia del pueblo. También llegaban ecos del repique festivo de los tambores. Fritz empezó a tocar su armónica. Alrededor de esas llamas los demás se fueron secando y acomodando para dormir. «Un día el río devolverá los nombres entregados a la hoguera». Lena despertó escuchando el crepitar de esas palabras en los labios de Einar."








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