Páginas: 119 Publicación: 2023
Editorial: Eterna Cadencia
"Se estiró y abrió apenas los ojos, con destellos dorados. Volvió a cerrarlos, siguió durmiendo. Después de un rato se estiró y me preguntó por qué quería hablar de la muerte. Le respondí que cuando se habla de eso no hay mentiras."
La paciencia del agua sobre cada piedra
Los 14 cuentos de Alejandra Kamiya en La paciencia del agua sobre cada piedra están hechos de una materia pura, en la que no hay cabida para mentiras. Tienen algo de súplica y de confesión, de reflexión que trae cerrar los ojos ante la resolana.
Breve panorama de los cuentos
Hay una profunda belleza en los cuentos, sobre todo en 'Lugares buenos' donde la autora recuenta la vida y muerte de los perros en su vida y la oportunidad de amar uno de nuevo, 'Olsen y Vargas', historia de un par de músicos que un día lograron crear un sortilegio de belleza y música que jamás se repetiría, 'Los ensayos' cuento magistral que incide en el cuidado de su madre enferma y en su compleja relación donde el amor termina por vencer los rencores, 'La estatua y el mar' en el que un hombre lucha por reubicar la estatua de su abuelo, 'La garza' una historia sobre un pueblo y los desafíos de quienes lo habitan, la tristeza de sus mujeres y la soledad de sus hogares.
En 'Las grullas de Idemizu', el padre de Kamiya cuenta sobre el emparejamiento de las garzas y rememora sobre la pérdida de su madre, ella termina de aceptar su herencia japonesa, de paso narra la omnisciente presencia de los kurokos, y nos sumerge en la paz solitaria de una mujer y una gata, quienes comparten sus días hasta rozar la inmortalidad.
La remarcable sensibilidad de Kamiya
Al inicio, creí que Kamiya era una mujer joven: hay una gran pureza en su mirada, en su capacidad de detenerse y hallar lo sublime en lo cotidiano, en la muerte de quienes ama. Pero luego la vi evaluar las épocas distantes en la que su hijo le llegaba a la cintura y jugaban entre un laberinto de sábanas tendidas, hablar sobre múltiples mascotas que ya han muerto.
Así entiendo que es una mujer de la edad de mi madre, una que enarbola la nostalgia por el pasado y las cosas que terminan; y usa la sabiduría de haber criado y de haber visto morir a su propia madre como una segunda piel.
"Me pido un recuerdo que me sostenga. Mi hijo tiene doce años. Yo camino por el río con el agua por las rodillas, por los muslos. En el lecho hay piedras. Me subo a una gran roca, una especie de isla. Mi hijo juega en la orilla. La luz se mueve en el agua, entre las plantas, en su cara. La luz tiembla en gajitos sobre el agua. Hay bondad en cada cosa y puedo verla."
El particular mundo de los cuentos
Kamiya logra remarcar la fragilidad y la fortaleza humana con sutil belleza, empleando un lenguaje sencillo que llega a apretujar el corazón.
Los instantes en silencio frente a la naturaleza, los últimos respiros de las mascotas amadas, las noches insomnes, los amores que ya pasaron, los susurros que nos decimos a solas sin pretenderlo, los recuerdos a los que nos aferramos: es en estos momentos en los que Kamiya habita, a los cuales nos arrastra, los mismos que pule y refina hasta mostrar a nuestra mirada, donde estos iluminan todo lo demás.
"Hubo luces débiles en el pueblo, hubo ladridos lejanos, hubo silencio, pero todo en los bordes de lo que estaba ocurriendo. Martina sintió que estaba echada en el corazón del mundo y que latía."
Al terminar de leer, queda la huella de la luz, la del corazón propio, que lentamente vuelve a hallar su ritmo.
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