Publicación en México: Polilla editorial
Año: 2023
Páginas: 116
“Hoy me metí a la jaula cuando ella no estaba mirando, la tigra solo me lame. Estoy segura de que algo tan lindo no puede matarte. Mi mamá me explicó que otras mujeres vienen también y le dan de comer, que la tigra es de todas.”
En la contraportada, Margarita García Robayo ya lo dijo todo: “Antes de leer Sofoco, estaba convencida de que contar la violencia desde el lugar de las víctimas te dejaba bollado en un barrial de frivolidad cercano a la grotesca. No existen los dedos que puedan contar esto de manera bella y digna al mismo tiempo, me decía. Pues sí existen: los dedos de Laura Ortiz Gómez.”
Ya lo dijo todo, pero yo le sumo esta reseña.
Sofoco, de Laura Ortiz Gómez
Yo también soy muy incrédula respecto a las narrativas que abordan la violencia: me parece que la han manoseado hasta infectarla, al punto de no saber de qué más escribir porque nada más puede impactar tanto como esta. En ese sentido, siento muy hermanada la literatura mexicana con la colombiana. Y entré a este libro enarbolando mucha cautela.
Sin embargo, me llevé una sorpresa más que grata con los cuentos de Ortiz Gómez. Ora tiernos y humorísticos, como en ‘Mingus el ardiente’, ora oníricos, rurales y exploradores del lenguaje como en ‘Esperar el alud’, ora cazadores de una infancia distante como en ‘El último pibe Valderrama’, y claro, elocuentes, no encuentro otra palabra para describir estos relatos excepto deliciosos.
Como pan caliente, como migajón que pellizcas del centro del bolillo y te lo metes a la boca con delectación.
Por supuesto, muchos tienen como trasfondo la guerrilla colombiana, tal como en ‘Tigre americano: panthera onca’, ‘Un toro bien bonito’ y ’Aíta la muerte’ donde la violencia se lee entre líneas y se vuelve una sombra que no se puede difuminar, una catástrofe de la naturaleza, un asesinato sin sentido.
Las reflexiones sobre la guerrilla y sus tremendas repercusiones es muy lírica, pero esto no decrece su gravedad:
“Te sorprende que los paramilitares se tomen siempre el nombre de aves; los pájaros, el cóndor y las águilas negras. Tanto es el deseo que tienen los animales rastreros de volar. Te preocupa que el cóndor te haya visitado como un augurio de viejos adversarios. Tanta gente que te quiso matar y no pudo. Eso debe generar una turbulencia en el tejido de tu vida, una soga que tira para atrás. Rectificas el pensamiento; recordar viejas batallas atrae viejos abismos.”
La inventiva de la prosa
En cuanto a ‘Parto de vaca’, lo creo el cuento de mayor sonoridad y fuerza del volumen, pues explora los despojos de la guerrilla quince años después de concluir, y las pérdidas que dejó sembradas en una familia, en busca de sus muertos y en busca vana de justicia. Más allá de la tragedia y la orfandad, es un relato que dignifica a las víctimas, que no las describe desde un lugar de superioridad o desconocimiento.
Por cierto: me encanta la manera en que la autora utiliza a los animales en sus cuentos, como reflejos metafóricos, recursos de libertad, obsequios a los difuntos, premoniciones del desastre. Los aparta y mantiene su enigma, mas los sabe emplear a fin de aumentar el simbolismo de su narrativa:
“Empujado por la lengua de su madre el ternero se para, y pararse es ya estar solo. Todo en esta escena tiene quince años y el infinito. Es tan viejo nacer en el mundo. Tan viejo y tan brutal.”
En ocasiones, la prosa es altamente poética e inventiva, por lo que la lectura se vuelve un acto de desmenuzar y degustar, mientras que en otras ocasiones, el cuento avanza rápido debido a un ritmo musical y caribeño, amigable en su accesibilidad, y acabas antes de saberlo.
Esto es evidente en ‘El corazón del señorito’, en el tragicómico ‘La cajita de Avon’ o el relato más musical de todos, ‘Mingus el ardiente’. Este es, simultáneamente, el relato más romántico y simpático de todos; un buen resumen del ritmo narrativo de relojería, ameno y sofisticado, que caracteriza a la autora.
El calor de Colombia
Como siempre, resalto las atmósferas, que realmente te hacen sentir el aire denso y vibrátil del calor colombiano:
“Treinta y dos grados centígrados, con sensación térmica de treinta y seis. Al mediodía no corre viento, ni niños, ni aves. El pueblo flota en una sopa espesa. Una sopa iridiscente parecida a la muerte. Los tejados de zinc al rojo vivo espantan hasta las lagartijas.”
No esperaba encontrar uno de mis libros favoritos del año en Sofoco, que compré espontáneamente y en una visita a una librería lejos de casa. Sin embargo, qué alegrías imprevistas de la vida, ¿a que no?
"Un sol naranja le da en la cara y le relumbran los dientes. Jeremías piensa que escribir sirve para conjurar fantasmas. Traer vida a lo que se ama y a lo que se odia.”
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